domingo, 18 de septiembre de 2011

La novela y el testimonio: la memoria no histórica

Pablo Larreátegui Plaza

Casa abandonada de Quito
Foto: Pablo Larreátegui Plaza
Resulta interesante observar cómo dos tipos de discursos pueden complementarse en la creación de una memoria, con representaciones sobre un acontecimiento y tiempo determinados. ¿Qué sentidos pueden surgir de una relación entre un texto literario y otro de testimonios? ¿Cuál es la importancia que tienen esas representaciones para un grupo social? El presente trabajo busca explicar cómo se da una memoria sobre un acontecimiento en particular, el 15 de noviembre de 1922, o lo que de él se desprende, para lo que se parte de la combinación de dos textos diferentes y de distinta naturaleza. Para ello se ha tomado el libro de Joaquín Gallegos Lara, Las cruces sobre el agua, y los dos libros de testimonios sobre la matanza de los trabajadores en Guayaquil en 1922, El 15 de noviembre de 1922, editados por la Corporación Editora Nacional en 1982. Entonces, el objetivo es observar cómo dos textos de naturaleza diferente (uno corresponde al ámbito de la literatura y el otro sostiene una pretensión de verdad) construyen sentidos complementarios sobre el mismo acontecimiento, cuáles son y qué memoria instauran, su importancia para una parte de una sociedad; pero sobre todo, se presenta en esta relación el problema de la fiabilidad de la memoria como la narración de lo que sucedió en realidad, tal y como ocurrió. Es aquí donde se deberá abordar el asunto retórico, característica ineludible del lenguaje y que tiende hacia el imaginar.[1]

Según este contexto, trabajado principalmente por Maurice Halbwachs y, desde el lado filosófico, por Paul Ricœr, hay que entender que tanto una memoria como la identidad o el Estado, por ejemplo, son creaciones imaginarias; es posible elaborar lecturas también sobre hechos, de acuerdo a las necesidades, características o intereses de una sociedad o de grupos en ella. En sí, este es el asunto.

La conformación de una memoria dentro de un contexto social

Maurice Halbwachs ha establecido, en Los marcos sociales de la memoria, la idea de que la memoria no puede ser un hecho de rememoración aislado, sino que corresponde a la manera de cómo la sociedad se representa a sí misma según, sobre todo, a las convenciones sociales; es decir, existe una circunscripción de percepciones dentro de las que las ideas y acciones tienen que corresponderse, deben ser consecuentes con los proyectos de una sociedad sobre cómo quiere verse. Este deseo de observare opera cambios, sobre todo en aquellos puntos más representativos, significantes de un colectivo. Así funcionaría, en resumen, la necesidad de invención de las memorias, de su resignificación. El acontecimiento por ello se ve arrancado de su instancia de sentido primera (pues el acontecimiento no es el sentido), y pasa a ser reentendido desde un lugar y tiempo diferente. Y resulta que el individuo por sí mismo no puede salvar la condición de “lo real” del sentido primero del hecho, pues no hay memoria aislada de un contexto ni que no dialogue con su tiempo. La memoria colectiva pasaría así a ser un conjunto también de sensibilidades y experiencias. No hay un individuo absoluto. Todos los recuerdos individuales y colectivos entrarían en este marco de convenciones, bajo la dinámica dicotómica de la memoria y el olvido, lo que incluye las deformaciones de los sentidos primeros del acontecimiento al que la memoria quiere evocar.

Si bien el olvido o la deformación de algunos de nuestros recuerdos se explica también por el hecho de que esos marcos cambian de un periodo a otro. La sociedad, adaptándose a las circunstancias, y adaptándose a los tiempos, se representa el pasado de diversas maneras: la sociedad modifica sus convenciones. Dado que cada uno de sus integrantes se pliega a esas convenciones, modifica sus recuerdos en el mismo sentido en que evoluciona la memoria colectiva.[2]

Es decir, que que incluso la manera de cómo recordar significa el proceso de dotar de sentido a las memorias. Se puede ver el proceso de resemantización a través de las celebraciones,[3] por ejemplo, o incluso en reediciones de historias oficiales.[4]

En este mismo contexto de los marcos sociales, el paso de la memoria al archivo es el registro tácito de las convenciones que construyen el recuerdo y el documento; [5] de esta manera, las lecturas que indagan el archivo o que recurren a él tienen la posibilidad a su vez de imaginar. ¿Sobre qué imagen se imagina para que quede un discurso impreso? El archivo que se genera sobre los testimonios, las historias orales, leyendas y mitos, inclusive, se encuentran en la base del lenguaje y su posibilidad metafórica, alegórica y retórica. Este es un claro problema para esa pretención de verdad de los diversos discursos, y en especial el de una historia colectiva. La memoria, dice Ricœr, trae al presente lo ausente.[6] El hecho que ha sido traido al momneto del recordar en el presente ya se ve en una puesta en duda, no solo porque el individuo que recuerda lo hace desde una experiencia personal, sino además porque las representaciones dejan ver “la relación entre la historia y la memoria”[7], y en esas relaciones se desprenden intenciones que pugnan por ser el locus de la verdad, de la memoria. En este juego de pretenciones de verdad, la representación necesita del referente, pues él es el acontecimiento y su sentido. Pero el sentido es referencial y por lo tanto se ubicaría fuera del ámbito netamente lingüístico, no está en una estancia aprehensible; es por ello que las memorias y la historia, en tanto representación,tiende hacia lo performativo para salvar su autoridad. El fin es llegar a lo inteligible, mas no a lo real, debido a que los sentidos se resisten aparentemente a la inscripción.[8] ¿Cómo entender un relato oral una vez ya escrito?

Sin embargo, la inscripción y su lectura vuelven a entrar en los marcos sociales; es decir, dependen del cuándo, quién y cómo se accede a esa memoria. Pero es esta la condición de la reconstrucción del pasado para Halbwachs.[9]

Las experiencias que un individuo guarda en sí, como imagen (de ahí la complejidad de la memoria en cuanto a su fiabilidad), viene a lo público desde lo íntimo atravesado por las convenciones a través del lenguaje. La imagen se transforma al final en lenguaje. Y es precisamente aquí en donde se pone en entredicho la historia. Como dice Paul Ricœr, “tenemos experiencia que traer al lenguaje”.[10] En el momento que el testimonio, por ejemplo, o el relato oral pasa a la escritura, el discurso cuyo interés principal es ser entendido como verdad, y verdad histórica en un caso, se convierte en una narración con la exigencia de ser verdadera. En la historia, esta narración no puede permitirse la licencia de la creatividad. Y es que la estos discursos se sujetan inexorablemente a juicios, y a su vez, emiten juicios sobre la vida del hombre. El conocimiento histórico recorre el plano del discurso histórico, pasa la prueba documental necesaria, para caer en la retórica,[11] en la palabra y su capacidad imaginativa y de la representatividad.

Y es que en este sentido, la memoria no puede ser completamente verdad, pues si se entiende que ésta es presencia de una ausencia, y en la que se imbrica la dicotomía irreal-anterior, según Paul Ricœr;[12] relaciones dicotómicas sobre las que la imagen trae la memoria hacia la invención, hacia las percepciones y representaciones que se hacen sobre los sentidos, y así, la memoria necesariamente implicaría un desarraigo de la anterioridad, del hecho tal como sucedió,[13] la escritura y sus recursos hacen el esfuerzo para aplicarse a la pretensión de verdad. Por ello es que se habla de un problema de fiabilidad de la memoria; aún cuando ha pasado a formar parte del archivo. Por ello, aparece un riesgo para la memoria colectiva y, por consiguiente para la historia: la memoria necesita imaginar, representar; es decir, rozar y hasta estar en el umbral de la ficción.

Ahora, ¿es esta circunstancia necesariamente contradictoria a los planes de la memoria colectiva y de la historia? ¿Acaso no es imprescindible aprehender esas representaciones sobre el acontecimiento y el mundo, y el ser humano en él? ¿Qué ocurre cuando dos textos de diferente naturaleza, como lo es una novela realista y trascripciones testimoniales, entran en la concepción de una memoria o de memorias? ¿Qué memoria o memorias sobre la matanza de los obreros el 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil pueden crearse de la relación que se puede establecer entre la ficción literaria y el texto testimonial? Y por último, ¿el problema retórico en el texto histórico compromete la fidelidad y el sentido del acontecimiento, o puede ser que busque una suerte de apoyo en la literatura?

La ficción: fuente de memoria

La novela realista en el Ecuador se ha caracterizado por su deseo de acercarse a las realidades múltiples de su entorno social de la manera más exacta como le sea posible desde su carácter literario, y ha mantenido, en su proyecto, su intención de denuncia y un ideal de superación de los males que aquejan a grupos sociales dentro de esquemas hegemónicos de organización que daban pie a las desigualdades entre los grupos involucrados en la vida social. Las cruces sobre el agua, en este sentido, se erige como la construcción ficticia de una percepción del mundo durante la primera mitad del siglo XX, según un acontecimiento nuclear: la matanza de los obreros el 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil.

Sin embargo, no hay que olvidar que al hablar de novela realista, su condición, en principio, no permite hablar de historia como disciplina, sino que se acercaría a una representación literaria y que responde a un referente como lo genital de su génesis narrativa. El elemento, sin embargo, inexorable para su constitución es la imaginación, que construye un mundo. Mas es justamente esta característica que produce el retorno de la discusión al problema de salir del plano lingüístico-literario. Lo que acontece en este momento es el advenir de la experiencia al lenguaje, casi como ese proceso de escribir la historia.

Cuando estas experiencias (referentes) llegan a un lenguaje literario hay que preguntarse inmediatamente qué ocurre con los sentidos del acontecimiento. Aquí, el proceso de dotación de significación acude a referentes extralingüísticos, y los lazos entre la historia-relato y la literatura realista comprometida entran en un juego de tensión que si bien destruye en un primer instante las pretensiones de verdad de la historia, luego restablece otros sentidos; en otras palabras, hay “una cadena de ideas y juicios”[14] que ordenan la memoria. Halbwachs diría que ubicamos los recuerdos gracias a que observamos el entorno, que nos remite a otros y a sus memorias; de esta manera, los recuerdos “nos reubican en un marco social”.[15] Y es en este contexto que la obra de Gallegos Lara aquí tratada se ubica: el de las luchas sociales del movimiento obrero, su creación e importancia, y toma como inicio las circunstancias en las que vivía el pueblo, hasta desembocar en el 15 de noviembre de 1922.

Es decir que Las cruces sobre el agua puede entenderse como la representación de los conflictos de una sociedad, relaciones entre actores, a pesar que queda claro quiénes fueron los que se dirigieron a la emboscada. A pesar de esto, hay algo más que recorre el texto: Gallegos Lara introduce elementos eruditos, como si fueran datos transformadores y valores; muestra una cierta erudición dentro del lugar menos común. Por ejemplo,  pensamientos elevados radican en la conciencia de los personajes, como Alfredo Baldeón, que proporcionan un pie de ideas para entender las motivaciones que llevaron a protestas: principios socialistas entremezclados con ideas de la revolución francesa:

Alfonso simpatizaba con el rostro fiero y sonriente, de los cabellos remecidos, la mirada franca, los zuecos sobre los adoquines del arroyo parisiense y, detrás, el farol con el grotesco aristócrata ahorcado. Cuando Leonor, en el viejo piano, le tocó La Marsellesa, se la hizo repetir tres días, hasta aprenderla. La silbaba al acostarse y al levantarse. No logró enseñársela a los pájaros del algarrobo, aves de ciudad, chagüices brujos, viviñas, todos mudos…[16]

Así, se construye un contexto desde la caracterización de un individuo, algo más educado que los de su entorno. Sin embargo, la alusión a estos principios se conjugan con un detalle de la sociedad que hace un narrador, cuya actitud predominante es la omnisciencia sin mayores tintes editorialistas, sino que es constante su papel de cronista.

            Otro elemento trascendente para exponer las circunstancias sociales es la presencia de un cierto exotismo en la narración, como si las capas sociales menos favorecidas o explotadas se encontrasen entre lo relegado y la necesidad, en el momento de su reivindicación:

   …Nunca supo que existiesen mosquitos así. Asomaban por la baranda mirándolo con ojos curiosos. Su tamaño aparecía extravagante: eran mosquitos del porte de gallinas o lechuzas. Era imposible, eran mentira. Mas, allí volaban, zumbando al aletear, con aire de ridículos pollos, alas de chapulete, ojillos de murciélagos malévolos y aquella púa larga como un alfiler de sombrero. ¿Estaría dormido?...[17]

            La reivindicación, la lucha, solo puede llegar en el cónclave de las calles y en la sangre que santificaría todo esfuerzo; el que eleva el acontecimiento a hito, a núcleo cardinal de los siguientes acontecimientos. El texto de Gallegos Lara, así, también se ve atravesado por discursos que buscan esa reivindicación, y que se alojan en una postura política. Y no puede ser de otra manera, pues la acción, el devenir, se halla en lo más neurálgico de los movimientos obreros: la gente.

Pero si le venían tales pensamientos era porque en la agitación de este instante, aprendía a encontrar la patria en el pueblo. Baldeón le había repetido una frase que oyó en Lima:
‒¡Los que se avergüenzan de ser pueblo no son hombres![18]

Y es precisamente con estos principios de trastocar el poder de la política hacia el pueblo, como primer paso, inconsciente aún, para ocupar el locus del Estado que se construyen los actores sociales en la novela: fuerzas dispersas que se ubican en los círculos comunes del pueblo, no hay expresión de entidades debidamente organizadas, pero sin una muestra aún definida y fuertemente constituida de una organización.[19]

La motivación de estos grupos es consecuente con su forma de vida; responde a sus necesidades, asumidas desde instancias primarias; en otras palabras, no manejan en sus discursos tecnicismos económicos. La protesta está concebida en su superficialidad busca en el fondo no solo la mejora de las circunstancias de vida; en cambio, el sentido aparentemente estaría pugnando por la reivindicación.

Tras una serie de representaciones, se construyen percepciones del mundo, que van del pasado y de las políticas y relaciones sociales. El acontecimiento cumbre llega entonces: la matanza. La narración, respecto al hecho, como lo más exterior, trata a primera vista desmentir las posturas oficiales sobre lo sucedido. El narrador de la historia representa el hecho como una verdadera carnicería, llena de abusos bajos, violaciones y persecuciones. Las reacciones se tratan de justificar sobre la escusa de “preservar la paz”. Según el texto de Gallegos Lara, las versiones oficiales sobre un asalto no tendrían sustento.

Pero lo más importante que se construye es una memoria sobre quiénes estuvieron en verdad en las calles aquel 15 de noviembre de 1922. Los dos personajes que evolucionan en la novela son una representación de un conjunto no organizado. Ambos llegan en sí por azar a la marcha. Esta construcción parece corresponder con testimonios recogidos en la colección 15 de noviembre, editada por la Corporación Editora Nacional en 1982.[20] Incluso, el testimonio  de Floresmilo Romero recogió el nombre de un Baldeón, panadero, igual que el protagonista de Las cruces…, que habría caído en la batalla.[21] Tanto el nombre como la profesión empiezan a tomar un nuevo sentido: son los vértices entre las dos narraciones. A través de estos, se expone mucho más claro el conjunto de referentes. Hay en juego, además, el surgimiento de la figura del héroe legendario, en el que reposan valores sobre los que se elabora un sentido más complejo: la muerte y la reivindicación. El héroe empieza así a ser un puente hacia la evocación.[22]

Lejos de saber si fue o no cierto, esta congruencia sobre un actor caído del acontecimiento de 1922 deja ver el lazo que existe entre la novela y el referente, lo que constituiría una muestra de la evocación, como lo indicaría Paul Ricœr;[23] es decir, se agrega a la memoria el duelo y lo que ya no es o no fue, entra en lo performativo, propio de la ficción. Pero, ¿qué héroe es? Es el fundador del valor del grupo social. La caída del héroe es como el antecedente de las siguientes conquistas. El héroe caído evoca en el sentimiento del duelo la reivindicación. Si el 15 de noviembre fue llamado el “Bautizo de sangre de la Clase Obrera”, Gallegos Lara lo hace aparecer como el inicio de la revalorización y fuerza de un nuevo grupo y de la lucha del pueblo, de los más alejados del poder. Es el sentimiento de deuda con algo o alguien, por lo que fue; estos son los entendidos como los sentimientos fundadores de una representación del ser humano o de los grupos sociales de sí mismos en medio de la memoria colectiva y la marca de una identidad.

Se ha observado cómo hay varios sentidos que en el conjunto de la obra literaria de Gallegos Lara se han ido construyendo desde la literatura, se han fundado varias percepciones que pueden dialogar con otras memorias y voces, lo que se verá en el apartado siguiente y final. No obstante, la pregunta que continúa acechando es sobre la validez de esta representación de acontecimientos, pues no es una que yace en la historia, sino en la literatura.

La novela y el testimonio: relación que crea memoria

            El problema de la fidelidad de la memoria hasta aquí ha venido rondando. Primero, al establecer el origen de una memoria desde la ficción, pues la novela no puede ser entendida como una narración histórica: mientras que a la historia se le pide que diga lo que fue, a la literatura se le permite licencias creativas, imaginativas y lo lúdico. Sin embargo, parece posible que la ficción sí genere memoria, una percepción de lo que ya no es, desde un discurso y que al ponerla en diálogo con referentes y otras voces, como la del testimonio, que también se ve abordado por el problema de la fiabilidad, pues está sujeto al individuo y de cómo él se inserta en los marcos sociales,[24] una visión del mundo se vea fortalecida. Por ello, esta característica no debe tomarse como algo insalvable, en contraposición, hay que observar cómo puede estas relaciones enriquecer la perspectiva sobre la memoria del acontecimiento, sobre todo cuando la literatura recibe “votos de confianza” por parte del testimoniante o ésta avala el testimonio; en otras palabras, cuando se complementan.

            Si se da esta complementación entre ambos discursos, habría que ver primero cómo se complejiza el asunto de la narración, en cuanto a su naturaleza metafórica y retórica; luego, si el halo imaginativo que recorre ambos textos y la relación de complementación entre ambos en tanto la pretensión de crear una representación puede salvar el problema de la fiabilidad de la memoria, o, lo que sería mucho más factible de constituir, cuál es el discurso y la memoria que de esta relación surge o se afirma.

Entonces, en lo que se refiere al testimonio de los involucrados directa o indirectamente en el 15 de noviembre de 1922, hay varios casos en los que las voces que se pronuncian dotan de validez el ambiente y las circunstancias que una obra literaria representa, y las catalogan de una visión válida, casi con una intención de asumirlas como algo por lo menos muy cercano a la verdad:

Reynolds: Otra cosa en Guayaquil, fue el asunto de los aserríos. Por el hecho de que el gremio de carpinteros tuvo una importancia trascendental en el desarrollo de las edificaciones, porque preferentemente eran de madera. Ahí el carpintero de ribera afluyó más que el carpintero ebanista, que principalmente estaba dedicado aquí en la sierra. Entonces los aserríos de Guayaquil estaban preferentemente instalados en la calle Eloy Alfaro. Allí tenía usted, los aserríos, las fábricas de la Universal, las fábricas del El Progreso, los Astilleros; bueno, era una colmena de trabajadores.

Herrería: Quien describe esta cuestión muy bien es Demetrio Aguilera en “Don Goyo” y algo Pareja Diezcanseco en “La Baldaca”. Están descritas muy bien estas cuestiones.[25]

Y ni hablar de cuando se tiende el puente entre el personaje de la novela de Gallegos Lara, Baldeón, con el caído supuestamente en la masacre. Estas relaciones que se empiezan a establecer entre la experiencia del testimoniante y el texto literario, a pesar del tiempo, se corresponden. Al establecer los grupos involucrados, estas voces que se avalan por su condición de “haber estado ahí” o cerca del hecho, tanto respecto al tiempo como en lo espacial no disienten de lo expresado en Las cruces sobre el agua.[26] Y estas coincidencias también entran a ratificar una perspectiva sobre la cual las bases sociales, los grupos e individuos involucrados en la calle el día del acontecimiento formaron parte. Tanto el texto como las memorias evocadas por el esfuerzo de la CEN y el INFOC hablan de reivindicaciones sociales, laborales, que se escudaron en la subida del dólar y los bajos salarios. El asunto en lo que ambos casos refuerzan es la lucha por la dignidad: la literatura asume la hipérbole, la magnificencia del héroe literario para elevar los discursos; los testimoniantes buscan establecer su voz como una autoridad de la verdad y de la memoria, y para ello se apoyan en las representaciones que llegan de la literatura. Si bien hay dos sentidos en este punto, ambos se complementan en la visión global del lector. Sí, el lector tiene la posibilidad de aunar los discursos y sacar sus conclusiones; y sin embargo, todo guía a una representación que se la asume como verdadera, como un referente válido para conocer lo que ya no es: ¿acaso el espacio urbano representado en la novela de Gallegos Lara no se acercan a lo que se conoce hoy de la ciudad de Guayaquil? ¿Podemos decir que los abusos laborales y la explotación no existían en el Ecuador de los años de las décadas de 1920 y 1930 o que ya no suceden hoy por hoy bajo otras máscaras? Las interrogantes están cruzadas por la imaginación que engendra valores sublimes:

Romero: Me dijo que el vio que una mujer con tres hijos, para que se haga efectivo el paro (porque había un convoy que quería trabajar) se acostó en las rieles con los tres hijos y tuvo que a la fuerza paralizar el ferrocarril. Este dato sí tiene bastante de verdad porque había un compañero, que ya murió, Manuel Medina, que era carpintero del ferrocarril, jubilado, siempre frecuentaba mi taller y me dijo: “Ese caso de esa mujer es un caso heroico”, claro a mi no me consta, pero hay buenos personajes que han trabajado ahí y que han sido dirigentes también, y que lo certifican.[27]

En este caso, a diferencia de la literatura, el asunto sobre esta mujer heroica en la huelga de los ferrocarriles en Durán, como antecedente al 15 de noviembre, pide ser investigado por Romero, pide una confirmación para validar el discurso total de los grupos de izquierda. No obstante, el hecho de que sea o no verdad no difiere de la intención de querer elevar la motivación de los manifestantes, el sentido que para ellos tenía una huelga o un paro: un valor mucho más alto que la vida, lo que eleva a la lucha de los grupos de trabajadores a un nivel legendario, y cuyo sentido parece ubicarse en la reivindicación, sentido que se hallaba en el común de los trabajadores y no en los líderes de los pocos movimientos algo organizados del momento.[28] Este sería una de los valores y de los sentidos que tiene el acontecimiento, en este caso, para los testimoniantes. A partir de estas sensaciones y percepciones, se fortalece por supuesto los posteriores hechos, como la Revolución Juliana y la fundación del Partido Socialista, al igual que otras manifestaciones de gremios.

¿En dónde está la complementariedad entre el texto literario y los testimonios? Todos los ejemplos citados en este apartado encuentran una frase final de algunos de los que hablaron sobre el 15 de noviembre de 1922 en los libros citados: “ quien describe esta cuestión muy bien es Demetrio Aguilera”, “Gallegos tomó datos del hijo de Baldeón”.[29] Si el que da testimonio dice “yo estuve ahí”; luego, “créeme”; y al final, “si no me cree, pregúntele a otro”, lo que dicen aquí es “pregúntele a la literatura realista”. ¿Acaso esta intención no representa un refuerzo de lo representado, en el sentido de avalar la narración como algo muy, pero muy cercano a una “realidad” percibida por el que da testimonio?

Se observa que la literatura realista, en este caso, finge la función de referente que avala la voz. Sin embargo, ¿cómo creer si hablamos de literatura? El asunto ya no parece ser la creencia, sino cómo se ven representados los actores involucrados y sus palabras frente al acontecimiento, el cómo vivieron los procesos y los hechos; y su prueba hoy es la literatura.

El texto literario constituye memoria, pero no historia. Circunstancia paradójica en tanto que es él quien avala el testimonio. La licencia imaginativa, que parte de una relación muy estrecha con el referente, permite al libro entrar a discutir con la cultura, con la historia, con las percepciones del ser humano de sí mismo dentro de la sociedad. Esto no significa un acto de fe ciego, tampoco; por el contrario, son representaciones que responden a sustentos, a otras pruebas: periódicos y estudios posteriores sobre la historia del movimiento obrero en el Ecuador, en este caso. [30]

Las cruces sobre el agua, si bien no puede ser historia, sí constituye una representación válida que se vierte en memoria gracias a que en ella hay presencia de una conciencia en tensión entre la narración ficticia y el referente; y, a la vez, esa memoria deviene a lo largo del tiempo en una forma de conciencia alineada con el discurso y su representación.


[1] [1] Cfr. Maurice Halbwasch, Los marcos sociales de la memoria, España, Anthropos, 2004.

[2] Ibíd., p. 324.
[3] Cfr. Guillermo Bustos, “La hispanización de la memoria pública en el cuarto centenario de fundación de Quito”, en Christian Büschges, et., Etnicidad y poder en los países andinos, Quito, Corporación Editora Nacional, 2007.
[4] Es interesante, en este sentido, la relectura y revaloración que realiza Benjamín Carrión, por ejemplo, de la historia del padre Juan de Velazco, al situarla como un texto de suma importancia para la constitución de una identidad y la construcción del Estado ecuatorianos, entendidos como proyectos de una potencia cultural.
[5] Cfr. Maurice Halbwasch, op. cit.
[6] Paul Ricœr, “Definición de la memoria desde un punto de vista filosófico”, ¿Por qué recordar?, Granicia, p. 25.
[7] Paul Ricœr, La memoria, la historia, el olvido, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 308.
[8] Ibíd., p. 327.
[9] Cfr. Maurice Halbwasch, op. cit., p. 327.
[10] Paul Ricœr, Paul Ricœr, Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido, México D. F., Siglo XXI, 2003, p. 35.
[11] Paul Ricœr, La memoria, la historia, el olvido, op. cit., p. 328.
[12] Paul Ricœr, “Definición de la memoria desde un punto de vista filosófico”, ¿Por qué recordar?, Granicia, p. 25.
[13] Ídem.
[14] M. Halbwachs, op. cit., p. 328.
[15] Ibíd., p. 327.
[16] Joaquín Gallegos Lara, Las cruces sobre el agua, Quito, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, 2003, p. 133.
[17] Ibíd., p. 97.
[18] Ibíd., p. 185.
[19] Cfr. Ibíd., pp. 185-188. La narración literaria en este caso encuentra ecos en los testimonios de los libros citados.
[20] Cfr. El 15 de noviembre de 1922, primera y segunda parte, Quito, Corporación Editora Nacional, 1982.
[21] Ibíd., pp. 43-44.
[22] Paul Ricœr, “Definición de la memoria desde un punto de vista filosófico”, ¿Por qué recordar?, op. cit., p. 28.
[23] Paul Ricœr, “Definición de la memoria desde un punto de vista filosófico”, ¿Por qué recordar?, op. cit., p. 28.
[24] Cfr. Maurice Halbwachs, op. cit.
[25] El 15 de noviembre de 1922, primera parte, Quito, Corporación Editora Nacional, 1982, pp. 137, 138.
[25] Ibíd., pp. 43-44.
[26] En lo que respecta al libro de Gallegos Lara, se puede comprobar que el conglomerado que se expuso en las calles no pertenecía, en general, a una clase u organización bien definida, o, mejor dicho, perfectamente organizada. Son panaderos, sastres, obreros de fábricas. Como se observa, grupos tan heterogéneos que no contaban con una organización definida. Lo mismo enuncia Luis Maldonado Estrada. El 15 de noviembre de 1922, segunda parte, op. cit., pp. 52-59.
[27] Ibíd., p. 32.
[28] Cfr. Idem.
[29] Ibíd., p. 44.
[30] Alexei Páez Cordero, “El movimiento obrero ecuatoriano en el período (1925-1960), Nueva Historia del Ecuador, vol. 10, Quito, Corporación Editora Nacional, 1983.

Editorial

Luego de un gran período de ausencia, vuelve A paso de hormiga. En esta ocación con un nuevo trabajo sobre la invención de la memoria a través de un texto literario contrapuesto con una recopilación de testimonios sobre un acontecimiento histórico, el 15 de noviembre de 1922. Este constituye un primer acercamiento al estudio de las representaciones sobre lo latinoamericano como categoría de conocimiento y que se expresa en las literaturas latinoamericanas y que tendrían incidencia en la visa socio-cultural y política.

Para esto, parto desde la literatura de los primeros años del siglo XX, hasta alcanzar al boom y la producción literaria contemporánea de la región. Especial atención se dará a las expresiones que guardan fuertes lazos con la vida y acontecimientos sociales que se presentan conflictivos y hasta muchas veces inefable.

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Pablo Larreátegui

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